miércoles, 26 de agosto de 2015

AQUELLAS RUMBAS QUE NUNCA VOLVERÁN

Basado en mi experiencia, y como dato histórico para aquellos menores de 25 años, hijos del Internet y que no imaginan cómo era vivir sin tanta dependencia electrónica; decidí escribir sobre el comportamiento juvenil en los noventas, aclarando que, aunque soy modelo 79, poco me acuerdo de los años 80.

¿Cómo era la rumba noventera? Comencemos desde la planeación de la rumba. Si el grupo de amigos no salía del mismo lugar y, ante la ausencia de teléfonos móviles para comunicarse “en cualquier momento y en cualquier lugar”; para nuestra generación, la salida a “rumbiar” tenía que ser planificada concienzudamente con tiempo prudente de antelación y, por supuesto, implicaba una confianza ciega en la palabra del otro. Decir “en Galerías a las 8.30 de la noche”, era casi un juramento de sangre, con el que nos comprometíamos a estar a esa hora en ese lugar, bajo la amenaza de quedar por fuera de planes futuros por “faltón”.

Sin Internet en el que se pudiera encontrar toda la información de un bar o discoteca, básicamente se escogía un lugar conocido por todos, o que alguno hubiera descubierto por casualidad. Eran primordiales las indicaciones para llegar o la dirección del lugar y nuestros GPS solían ser los celadores o vendedores ambulantes cercanos, quienes nos ayudaban a encontrar dichos sitios.




A diferencia de hoy, donde pululan las fotos en la rumba, antes eran casi inexistentes, por el valor astronómico del revelado en Foto Japón o Fotorres, y por la incomodidad que suponía llevar una cámara gigante de las de antaño en un bolsillo pequeño; esto, sumado a que las posibilidades de que la foto quedara oscura, desenfocada o el rollo se velara, eran latentes. Estas condiciones hacían que cada foto se programara con extremo cuidado y “muy de malas” el que hubiera quedado con los ojos cerrados, mueco o con cara de borracho.


Ante la dificultad de la comunicación fuera de la casa, era imperante tener monedas de 50 o 100 en los bolsillos, para llamar en caso de alguna emergencia o retraso. Lógicamente los papelitos y agendas pequeñas eran frecuentes para tener los teléfonos fijos de los amigos y, por supuesto, anotar el teléfono del posible “levante” de la noche. Si alguno no llegaba a la cita programada, era necesario rezar para que la cabina amarilla de teléfono con olor a orines de borracho, funcionara bien y no hubiera sido desvalijada por delincuentes.



El reguetón de la época era el house… 2 Unlimited, MC Hammer, Technotronic, grupos con los  que se bailaba “sabroso” y con pasos improvisados, pues, ante la falta de un youtube, era muy raro ver los videos originales (a menos que se fuera seguidor de A Toda Música, con el inexpresivo César Ramírez o Ritmo de la Noche con el gran Mao “siemprellevogafasnegrasasíseaenlugaresoscuros” Mix). El “chacho” de la rumba era aquel que supiera los pasos reales de la canción y, generalmente, terminaba en el centro de un círculo formado por los sorprendidos.



Los principales avances tecnológicos de nuestra rumba eran figuras proyectadas sobre un humo que hacía toser imparablemente, lluvias de un insólito líquido neón que quemaba la piel, baños de espuma, al parecer hecha con jabón rey, que desteñía toda la ropa, y los famosos “strober” que engañaban la vista, haciendo más atractivas a personas poco agraciadas, (era muy normal llevarse una sorpresa al salir del lugar y ver que la hermosa mujer de ojos claros y dientes de un blanco imposible, tenía ojos más negros que los de uno y los dientes amarillos de tanto fumar).




Completamente diferentes eran las rumbas casa, ante la ausencia de Smartphones, USB’s, MP3’s, DVD’s y hasta CD’s, bienvenidos eran los vinilos y los casetes. Con los primeros no había mucho problema, a menos que el disco estuviera rayado (y seguramente se había intentado rescatar aplicando betún el mismo); pero con los segundos, había una dificultad extrema para poner una canción solicitada, pues, mientras se adelantaba o retrocedía el casete, era imposible saber en qué punto de una canción quedaba, a menos que el improvisado DJ tuviera audífonos o escuchara en silencio hasta hallar la canción. Incluso, era muy frecuente escuchar casetes pésimamente grabados de una emisora, por lo que, mientras la gente bailaba, la canción terminaba abruptamente o se escuchaba una cuña radial como “¡Tro-tro-tro-tropicana!”; lógicamente este tipo de sorpresas terminaba en rechifla por parte de los amigos.

jueves, 14 de mayo de 2015

SOBREVIVIENDO AL TRANSPORTE PÚBLICO

Hoy decidí escribir sobre esas situaciones y comportamientos que se pueden registrar con frecuencia en el transporte público, léase bus, buseta, colectivo, SITP, transmilenio, alimentador, etc; y que, aunque importan un carajo, me atreví a describir ante una completa falta de ideas para este blog:

Por regla general, un hombre tiene un 98% de posibilidades de tener que viajar parado todo el trayecto en un transporte público en hora pico. Si usted, caballero, va en bus y cuenta con la casualidad de que la silla frente a usted queda vacía, no se haga ilusiones, es perfectamente normal que ante usted sienta las miradas inquisidoras de la gente, esperando que usted ceda el lugar a una mujer, sin importar si realmente lo merezca; tampoco espere disculpas de parte de esa señora cuarentona y obesa que le quitará la silla, empujándolo sin pena. Por otra parte, si usted es de ese 2% de hombres afortunados que logró sentarse, tiene 2 posibilidades, perder la silla en la siguiente parada, o luchar sin dignidad por esta inesperada fortuna, haciéndose el dormido para no darle el puesto a nadie; tampoco se sorprenda si la misma señora obesa lo golpea repetidamente con el bolso para despertarlo con el fin de que se pare inmediatamente. 



Hablando de dormir, es perfectamente normal encontrar un somnoliento en el transporte público. Sin embargo, muy pocas veces, estos sueños plácidos tienen un buen término, más bien, por lo general, aquel entregado en los brazos de Morfeo, termina despertándose de una manera abrupta, ya sea con un cabezazo certero al mejor estilo de CR7 contra la silla de enfrente, con un golpe seco contra el vidrio lateral o, peor aún, con un terrible frentazo contra la manija del vidrio, cuyo dolor produce un latido interno que el afectado piensa que todo el mundo puede ver y, en ocasiones, genera la sensación de tener sangre en la parte golpeada. Las personas reaccionan de dos maneras diferentes frente a los golpes que los despiertan. Unos terminan despiertos con el ojo aguado, maldiciendo silenciosamente la vida y sobándose con disimulo el área afectada, mientras que otros prefieren hacer como si nada hubiera pasado y como si el tremendo sonido del golpe hubiera provenido de otro lugar del vehículo; las personas de este segundo grupo terminan generalmente dormidas de nuevo y repitiendo interminablemente el ciclo sueño-"tiestazo"-dolor.

Por otro lado, cuando a usted las circunstancias le obligan a ir de pie, siempre, siempre que usted se agarra de la poco higiénica varilla de un bus y que generalmente tiene una sustancia pegajosa que se adhiere fácil y asquerosamente a su mano... Siempre, va a sentir la imperiosa necesidad de rascarse la cara por una picazón que no da espera. Si se olvida de todas las bacterias que puede llevar a su cara, bien puede aliviar la comezón, pero si guarda algo de escrúpulo, tendrá que recurrir a ciertos malabares para rascarse con las mangas de la chaqueta, la sombrilla, la maleta, etc.

Y en lo posible trate de evitar tener a su lado a alguien con maleta, pues generalmente se trata de estudiantes que parece que llevaran un enano metido en estos utensilios y que, al hacer un movimiento mínimo, se genera una fuerza descomunal que lo puede llevar a usted a "irse de jeta".

Finalmente, no intente forzar su entrada a un vehículo que ya parece vomitar gente por la puerta. Esto lo puede llevar a exponerse a que, le quede media pierna volando, pierda un zapato en la entrada y, si es mujer, quede con medio bolso por fuera o con el pelo aprisionado por la puerta; lo que divertirá mucho a los demás ocupantes del bus, pero no será tan agradable para usted.

viernes, 16 de enero de 2015

MISERIA HUMANA VIII. MILAGROS INESPERADOS


Hace unos años, el señor “R” me contó una historia sorprendente en la que nuestro protagonista es un humilde “sordomudo” que pedía limosna en el centro de Bogotá (disculpas por sonar despectivo, pero debo hacer el énfasis de “mudo” para el resto de la historia).

En aquella tarde fría capitalina, el señor “R” se encontraba en una buseta, sin mayores contratiempos, hasta que un “sordomudo”, aprovechando que la buseta estaba detenida esperando el cambio de semáforo, intentó ingresar al vehículo para pedir dinero.

 –Nooooo, hermanito, no se suba, se acabaron de subir- expresó el conductor del bus, impidiendo que el sujeto cruzara la registradora.

El supuesto “sordomudo” comenzó a suplicar a base de sonidos y señas para hacer entender al conductor que realmente necesitaba subirse.

-Paila, hermano, se acabaron de subir- insistió el conductor, ya cansado con la insistencia del hombre que, al ver que sus súplicas silenciosas iban a ser inútiles, decidió dejarse llevar por el sentimiento de furia que lo embargaba en ese momento, mientras se bajaba de la buseta.

-MALPARIDO HIJUEPUTA…- Gritó el “sordomudo”, logrando la atención de todos los desinteresados ocupantes del vehículo y, por supuesto, generando una sorpresa mayor en el conductor que, boquiabierto, se quedó sin el habla que recuperó milagrosamente el “sordomudo".